¿Cholulismo? No way, José

Durante mi adolescencia, como ya he contado en algún otro post, tuve mi etapa hard rock. Me vestía de negro, escuchaba guitarras eléctricas a todo volumen y me hacía la guacha pistola por el barrio. Mi hermana, por el contrario, era una chica muy pop: pasó –efímeramente- por Spice Girls, All Saints, Aqua, Backstreet Boys y Britney Spears, entre otros. Lamentablemente, ese “entre otros” es específicamente Enrique Iglesias.

Un clásico.

Mi vieja, que para su gloria cholulera trabajaba en la recepción de un hotel supertop de Mardel, siempre andaba saludando famosos y ratoneando entradas para el teatro. Y una vuelta, le consiguió a mi hermana un lugar VIP en la tribuna de La Movida del Verano, para que pudiera ver de cerca a su ídolo Quique que de casualidad estaba en la ciudad. Mi hermana era chica -tendría unos 11 años- y mi vieja salía tarde del laburo, así que me pidió que la acompañara para que no se quedara sola. Me abrocharon a mí, por supuesto.

Nos costó llegar al lugar top que nos habían reservado en el programa de Mateiko, aunque no recuerdo mucho el porqué. Sí me acuerdo detalles boludos, como que mi vieja llegó un ratito después que nosotras, que el clima era espantoso (estaba lloviendo), y que mi hermana estaba engripada y de mal humor.

Terminaron por acomodarnos en un lugar que, si no fuera porque el programa era una terrible cagada, estaba bueno: justo adelante de los fotógrafos, a los pies del escenario. La mini pasarela por la que transitaban los músicos invitados a La Movida estaba justo frente a nuestras caras. Debo admitir que no me acuerdo ni quien tocó, aunque tengo la sensación de haber visto a las Azúcar Moreno –cosa que no me extraña porque estaban en prácticamente todos los programas de Mateiko.

El lugar VIP lo compartíamos con unas tres fans de Quique que se habían ganado ese lugar especial en la tribuna gracias a un concurso de radio. Y, cuando el galleguito salió a cantar, yo –grandota y rocker- les hacía las veces de escalerita: las alzaba, las subía a caballito y les hacía piecito- todo para que las fanáticas pudieran acercarse lo más posible a su pedorro ídolo.



Mi hermana me daba un poco de lástima: se sentía mal, era chiquita y evidentemente estaba demasiado emocionada/avergonzada. Se había llevado la cámara de fotos –a rollo, por supuesto- y casi todo el tiempo que duró el show estuvo guardando la ilusión de poder fotografiar a Enrique y llevarse así un recuerdito de él. Oh.

El puteado.

 
Pero el forro de Enrique estaba en otra. Las chicas, especialmente mi hermana, le gritaban sin parar para que las mirara; todas estaban con la cámara lista y el flash cargado. Pero el pibe ni bola. Seguía en la suya, cantando a lamento limpio, con esas mangas largas que me ponían tan nerviosa. Y ellas que gritaban, y gritaban. Y él que las ignoraba.

No es que los gritos no se escucharan: yo estaba tan cerca que si me estiraba un poco le tocaba los zapatos, y si me trepaba, me subía al escenario. Ojo, entiendo que el tipo no tenía obligación de mirarlas, pero si vamos al caso, tampoco le costaba nada, no le podía llevar más de dos segundos. Y aparte, se debe a su público (?).

Pasaron dos temas, y mi hermana le daba al grito pelado: “Enriqueeeee, Enriqueeeee, acáaaaaa!”. Y Enrique nada, apático. Le hice upa, la ayudé a gritar, revoleé la campera… y nada, Quique seguía en modo off.

Fue ahí cuando me ataqué. Me ataqué porque yo era rocker, tenía actitud y una remera de los Guns N’ Roses. Me ataqué porque estaba siendo humillada en un programa barato con estrellas baratas de las que usualmente me reía con mis amigos. Me ataqué porque mi hermanita estaba ahí, desprotegida, con el corazón roto por ese lunar con patas que ya había agotado mi paciencia hacía rato.

Así que, sintiéndome como una super héroe del rock -y aprovechando que Enrique estaba parado bien cerquita mío- le grite con toda la furia posible: “¡Hijo de putaaaaaaaaaa! ¡Mirá para abajo, hijo de putaaaaaaaaa!”.

Caos total. Enrique me escuchó, me miró de reojo con cara de toor, se hizo el boludo y unos segundos después se mandó para otra parte del escenario. Las fans que estaban al lado mío me miraron con cara de espanto absoluto, como si hubieran presenciado una de las peores escenas de su vida. Mi hermana se largó a llorar a moco tendido, y le gritó a mi vieja –que, como buena cholula, estaba charlando con el productor- “¡Mamáaaaaaaaaaaaaaaaaaaa, Mariana lo está puteando a Enriqueeeeeeeeeeeeee!”.

No hace falta aclarar que la velada terminó como el culo. Mi vieja me cagó a pedos, mi hermana no me habló por el resto de la noche y las fans probablemente me hicieron un muñeco vudú. Pero no me importó; yo me fui contenta y con la frente bien en alto: había puteado a Enrique Iglesias.

Enardecidas.