La Billiken no me sirve, 20 años después

El pasado Viernes a la noche, como sacado de una escena de That 70’s Show, Mau, Lapi y yo nos pusimos a debatir acerca de la revista Anteojito. Aparte de las incalculables preguntas que surgieron, (entre ellas, cómo se llamaba el espantapájaros y porqué el tío de Anteojito usaba un antifaz), las comparaciones con Billiken (Mau declaró que la Billiken era cheta porque le brillaba la tapa, a diferencia de la Anteojito que era casi un diario a color), el recuerdo de la historieta Pelopincho y Cachirula (¿con qué necesidad esos nombres, no?) logré, en un arrojado acto de lucidez, llegar a una maravillosa conclusión. A saber.

Yo leía más Billiken que Anteojito. La traía el canillita todos los domingos, y mi abuela me la ponía en la almohada así me despertaba con la revista al lado. Hasta ahora es todo muy tierno, realmente. El tema es que, a pesar de que la Billiken venía abarrotada de información para la escuela, no recuerdo que me fuera muy útil en clase. O sea, me servía porque yo tenia como 2545353 Billiken y eventualmente buscaba y recortaba, pero no era un proceso tan simple y directo.
Alta fue mi sorpresa cuando Mau, criado en Ushuaia, me dice que la Billiken y la Anteojito traían el material que ellos veían durante la semana en la escuela. Mi mente, que estaba en un estado decrépito, pareció funcionar como la de Russell Crow en Una mente brillante (exceptuando la parte de la paranoia). Ushuaia, veinte años atrás era territorio federal, y el curriculum era el mismo que en Capital. O sea, que Billiken y Anteojito, se manejaban con el calendario escolar de Capital (ergo, Ushuaia), en donde entraba la mayor cantidad de $$$. Y nosotros, los pobretones de provincia con un calendario escolar diferente, teníamos que meternos la revista en el toor, porque mientras yo estudiaba la cadena alimenticia, la Billiken salía con un poster de la fotosíntesis.
Estoy realmente defraudada. Aunque un poco asombrada de haber llegado a semejante conclusión en un estado de embriaguez y demás yerbas. ¿Quién sabe que turbio chanchullo descubriré la semana que viene, cuando me empede de nuevo?