Si fuera la Increíble Hulk, en vez de verde me pondría fucsia

 

Ya no sé si soy yo, la edad, o la sociedad. No sé si es el curso natural de las cosas o si en realidad siempre fui así y nunca me había dado cuenta. Pero cada vez tengo menos paciencia.

La lista de cosas que no me banco es tan larga que es más fácil hacer la lista de las cosas que sí. Me ataco: empiezo a sentir una desesperación que me nace desde el estómago y lentamente sube hasta mi cerebro. Me paso las manos por la cara, ahogo un grito de hastío e intento no perder la cordura. Empiezo a hablar sola, en voz baja, como una vieja loca. Me quejo, y me quejo y me quejo. Y no me alcanza.

Estoy harta de la gente lenta, de la música de mierda, de las tetas en la televisión, de las minas huecas, del amontonamiento, de las colas, de los comentarios pelotudos, de los taxistas, de las convenciones sociales, de las prohibiciones, de los trámites, de las cajeras de la caja rápida, de los artículos de diario mal redactados, de la gente que se burla de mi carrera, de depilarme, de la PC que anda como el culo, de la falta de plata, del clima, de las fiestas, de muchos de mis amigos, de perder las llaves, de Claro y de cocinar.

A veces tengo ganas de empezar a hacer yoga, pero después pienso “¿y si  termino mandando a cagar al instructor?”